Se adelantó un albañil y dijo: «Háblanos de las casas».
Y él respondió:
«Levantad con vuestra imaginación una enramada en la selva, mejor que construir una casa dentro de las murallas de la ciudad.
Porque aunque en vuestro ocaso sintáis deseos de hogar, de igual manera ese otro yo vagabundo que en vosotros habita anhelará siempre la lejanía y la soledad.
»Vuestro cuerpo es vuestra mayor morada.
Crece bajo el sol y duerme en la quietud de la noche. Y sueña. ¿No sueña acaso vuestra morada? ¿No abandona soñando la ciudad para buscar el bosquecillo o la cima de la colina?
¡Ay, si yo pudiera juntar vuestras moradas en mi mano y, como hace el sembrador, desparramarlas por bosques y praderas!
Querría que los valles fueran vuestras avenidas, y los verdes caminos vuestras callejuelas, para que pudierais buscaros unos a otros por los viñedos y luego volvierais con la fragancia de la tierra prendida a vuestras ropas.
Pero aún no es la hora de que esto suceda.
En su miedo vuestros antepasados os pusieron demasiado cerca unos de otros. Ese miedo todavía ha de durar. Durante cierto tiempo aún las murallas de vuestra ciudad separarán vuestros hogares de vuestros campos.
Y decidme, pueblo de Orfalís, ¿qué tenéis en esas casas? ¿Qué guardáis tras puertas y candados?
¿Tenéis paz, el ánimo sereno que revela vuestro poder?
¿Tenéis recuerdos que como lucientes arcos unen las cimas de la mente?
¿Tenéis la belleza, que lleva el corazón desde las casas hechas en madera y piedra hasta la montaña sagrada?
Decidme: ¿tenéis eso en vuestras casas?
¿O solamente comodidades, y ansia de comodidad que a escondidas penetra en la casa como advenedizo y luego se convierte en invitado y finalmente en amo y señor?
Y ¡ay!, llega a ser el domador, y con látigo y garfio hace marionetas de vuestros mayores deseos.
Sus manos son de seda, mas su corazón de hierro.
Arrulla vuestro sueño, mas sólo para colocarse junto a vuestro lecho y escarnecer la dignidad de la carne.
Se burla de vuestros sentidos para tirarlos luego en el cardal como si fueran frágiles barquillas.
En verdad os digo que la concupiscencia de comodidad mata la pasión del alma, y luego acompaña entre muecas y risas el funeral.
Mas vosotros, criaturas del espacio, vosotros, los inquietos en el descanso, no seréis atrapados ni domados.
Vuestra casa no será ancla, sino mástil.
No será la cinta brillante que cubre la herida, sino el párpado que protege la pupila.
No plegaréis las alas para cruzar las puertas, ni inclinaréis vuestra cabeza para no golpearla contra el techo, ni temeréis respirar por miedo a que las paredes se agrieten y derrumben.
No habitaréis tumbas hechas por los muertos para los vivos.
Y aunque vuestra casa sea magnífica y espléndida, no aprisionará vuestro secreto ni encerrará vuestros anhelos.
Porque lo que en vosotros es infinito, habita en la casa del cielo, cuya puerta es la niebla de la mañana y cuyas ventanas son los cantos y los silencios de la noche».
Del libro "El Profeta" de Kahlil Gibran